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A veces la actitud impaciente por abrirnos paso en el mundo laboral puede terminar por sabotearnos oportunidades.

Cuando tenía unos 18 o 19 años estaba en el 4to semestre de la universidad. Según yo, la impaciente, a mi edad ya todos debían tener un empleo genial en eso que los apasionaba (está bien, ríanse).

Mi papá me decía que estaba equivocada  y que quería correr antes de caminar. Yo estaba empeñada en que mientras más temprano empezara a trabajar en el mundo editorial, más rápido terminaría siendo la heredera intelectual de Ariana Huffington.

Según mis cálculos, todo ese triunfo editorial espectacular debía estar más que materializado a los 25 años más o menos (ok, se pueden reír otra vez).

Gracias a Twitter y mi empeño, empecé a conocer gente de librerías y editoriales. Una noche hice el mejor currículum que pude a mi corta edad, tarjetas de presentación en Word (que combinaban con mi currículum, me sentía toda una diseñadora) y al día siguiente las imprimí.

No bastaba con mandar mails, creo que envié más de 60 y solo conseguía frustrame y volverme más impaciente.

Tenía que presentarme.

Así que me vestí formal y empecé a patear calle. Tenía sobres tamaño carta bajo el brazo, mi tarjeta de presentación pegada por fuera y mi currículo adentro.

Fui a librerías, la dirección de editoriales o editores, fui tocando puertas y dejando mis flamantes sobres. Una vez hasta acompañé a una editoria a la lavandería y a comprar frutas. ¡En serio quería una oportunidad!

Eventualmente me llamaron de una editorial que me encantaba y me contrataron como pasante por 3 meses. ¡Hasta me dieron una tarjeta de débito con mi nombre!

Pfff, me sentía en la cima del mundo. Estaba listísima para ser un genio editorial… pero me encargaron la hemeroteca.

Tenía que recortar de cada periódico o revista todo lo que hablara de la editorial, almacenarlo y organizarlo en una carpeta. ¿Divertidísimo? No. Por ningún lado decía que los directivos de Penguin Random House empezaron recortando periódico.

Al principio hice mi trabajo de forma muy diligente. Además la experiencia de estar en una oficina a la cual ir todos los días era nueva. Conocí gente y tenía acceso a todos los libros de la editorial (que no había podido comprar porque era pasante y ganaba la mitad del sueldo mínimo).

Pero eventualmente me empecé a frustrar, estaba muy impaciente.

Preguntaba constantemente cuándo me iban a mover a un cargo editorial donde pudiera aprender más.

Trataba de ver qué hacía el editor. Como podrán imaginar, no es agradable tener a alguien sentado detrás de ti viendo lo que haces en el computador mientras trabajas, así que no podía instalarme a preguntar. De todas formas, tenía mucho periódico que recortar.

Mientras tenía asignado ese trabajo, debía preparar paquetes con los libros recién publicados para enviarlos a los medios de comunicación.

Lo más cercano a «editora» que logré hacer fue estudiar todos los libros de cada colección y señalar en un documento los criterios que debían unificar (cosa que nunca sabré si fue de utilidad).

Dejé de recortar como debía y se acumulaban los periódicos. Pasé de impaciente a irresponsable.

Un día debí faltar a la oficina y justo fue la ocasión en que la Presidenta de la editorial (una mujer de esas que proyecta triunfo y respeto) visitó mi puesto de trabajo y encontró aquel desastre.

Según me cuentan, se impresionó mucho. Cuando lo supe me morí de la pena. Al volver a la oficina ella me dio una lección que no olvidaría.

No me felicitó por no cumplir con mi trabajo. Sin embargo, intuyó el porqué de mi comportamiento y me llamó para hablar. Yo estaba en pánico, porque no tenía idea de qué esperar.

Ella me explicó que cuando era joven le pasó lo mismo que a mi. Entró en una empresa que tenía el cargo que ella deseaba, pero le tocó ser recepcionista.

Se empezó a sentir impaciente en vista de que manifestaba que quería un ascenso y no lograba que sucediera. Hasta que su jefa hizo lo que ella hizo conmigo, la sentó en su oficina.

La jefa le explicó que su trabajo era tremendamente importante, ya que la recepcionista es la primera impresión de la compañía. Su amabilidad, su eficiencia y su respeto eran claves dentro del cargo que desempeñaba.

Ella entendió que estando en el cargo que fuera, debía dar lo mejor de sí y trabajar de forma impecable.

Eventualmente logró ascender y llegar al cargo que quería, pero lo hizo con mucha mejor actitud y logró pasar la lección a muchas personas más.

Entendí que trabajar a medias no era la solución y mis expectativas no pueden ser un obstáculo para hacer las cosas bien sino una motivación.